lunes, 21 de diciembre de 2009

Miña terra galega

-Tío. Tenemos que irnos. Hay que comprar el churrasco y el ribeiro para esta noche.-
Sin volverme le dije a Fernando -Esto es la Hostia.-
-Ya te digo.-
-Pinpo y Chema ¿Se van a poner la ropa sin estar secos? No han traído toalla.-
-Jejejejejeje. Están locos. Se han sacudido un poco el agua y se han puesto la ropa encima. Van en plan comando, porque los calzoncillos los tienen empapados. Míralos.-
Se les veía junto a las piedras de la playa, subiendo con las zapatillas en las manos.
-Van a coger una pulmonía. Fijo. Bañarse en noviembre en el Cantábrico. Están como cabras.-

Desde arriba no podíamos dejar de mirar las olas rompiendo incansables contra la arena, sobre las rocas. Nunca había visto un paisaje como aquel. Los huecos en la base de los acantilados eran increíbles en las fotos, pero en directo eran simplemente impresionantes. La playa de las catedrales nos había atrapado. Era un espectáculo hipnótico. Rodeados de piedras, agua y viento, se hacia muy difícil irse sin mas. Fernando y yo volvimos despacio, mirando de reojo de vez en cuando hacia donde habíamos estado, sentados, mirando el mar mas de una hora.

-¿Tu como andas?-
-Bien, bien. Este viaje me ha venido de puta madre. Lo necesitaba, te lo juro. Llevaba una mala racha.-
-¿Cómo tienes el brazo? ¿No se te habrá mojado la escayola?-
-No, no. Tranquilo. Mira, ya están todos en los coches. Vamos, a ver si nos da tiempo a tomarnos un alvariño en Foz después de hacer la compra.-

Llevaba un par de meses que nada me salia bien. En la Universidad no acababa de cogerle el punto al nuevo curso. Desde que me hice la rotura de fibras no había podido hacer nada de deporte. Y cuando ya me sentía recuperado, jugando un partidillo entre colegas, me caí y me rompí el escafoides. 3 meses de escayola. La cosa iba cuesta abajo.
La semana de antes, tomando cañas en el Muñoza, Pinpo había dicho que nos fuéramos a Galicia en el puente de los Santos. Irnos el viernes. Sábado. Domingo. Lunes. Y nos volvíamos el Martes. Ese mismo día se apuntaron los demás. Seriamos ocho en Total. Dicho y hecho.

Dejamos las preocupaciones en casa. Cogimos la mochila del buen rollo y pasamos un fin de semana cojonudo. Un fin de semana sin nada planeado. Según se nos iban ocurriendo las cosas, las hacíamos, si nos apetecía. Así, salimos el viernes a las 12.00 y llegamos a las 23.30. Mas de 11 horas de camino. Parada en Villalba a comer el mejor pulpo que he probado en mi vida. En Ribadeo, unos alvariños para celebrar que estábamos llegando. En Burela otro ratito para comprar algunas botellas. Desde entonces, fueron tres días increíbles. Clima gallego de Noviembre en estado puro. Metidos en el comedor de abajo, con la chimenea puesta todo el rato. La mesa grande repleta de botellas de ribeiro, vasos, cartas, patatas fritas, el palabras arriba, ceniceros, paquetes de tabaco, risas, música, bromas, charlas,... Salimos lo justo de allí. Fuimos a Foz, a la Playa de Las Catedrales, subimos a un mirador que no me acuerdo como se llama con unas vistas de la hostia, a hacer la compra, y poco mas.

La vuelta tardamos lo mismo, pero esta vez por la caravana que había. Pero me dio igual. Volví con las pilas cargadas. Abandone los malos momentos de los meses anteriores, recobre las fuerzas, anime a mi cuerpo y a mi mente a tirar para delante. Mi espíritu volvió limpio como la patena, lavado por el agua del mar y la lluvia de las tierras del Norte, de las tierras gallegas. Y a día de hoy aun recuerdo aquellos cuatro días como una “road movie” con final feliz.

Sabina dice que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, pero yo estoy deseando llevar a los mios a esa playa, y quedarme abrazado a ellos, mirando el Mar Cantábrico durante mas de una hora, subidos a uno de los acantilados de la Playa de Las Catedrales.



Estefanía, mi gallega preferida, me ha dicho alguna vez que nos animemos a ir para allá con ellos. Como se que lees esto de vez en cuando, te advierto que un día te voy a coger la palabra.

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